Estas limosnas, según se expresa en la escritura, iban destinadas al servicio del Monasterio benedictino y al de los monjes ermitaños que habitaban las cimas del macizo montañoso, así como al sustento de los clérigos y frailes, y aun al de los peregrinos que acudían a impetrar el favor de la Santísima Virgen María, cuya milagrosa Imagen ya había sido cantada por las Cantigas alfonsíes. El poder se extiende a la recepción de nuevos hermanos “ansi hombres como mugeres” en la Cofradía de Nuestra Señora de Monserrate que existía en el monasterio, una institución al parecer procedente del lejano año 1223 .
En los inicios del siglo XVII Montserrat se consolidaba como gran centro de espiritualidad y fervor mariano, con una notabilísima proyección de la devoción por Europa -especialmente Bohemia y Austria-, por la España peninsular reinos de Castilla y Aragón y por las Indias occidentales.
La escritura que conserva la hermandad en su Archivo, asegura a los entonces cofrades sevillanos (y a los que habríamos de serlo en el futuro) el lucro de todas las gracias espirituales, “indulgencias y perdones” que los Sumos Pontífices habían otorgado al celebérrimo santuario (y las que pudieran sobrevenir).